viernes, 19 de abril de 2013

ACTUALIDAD DE OBRA

El sueño de tener el jardín

en la terraza

Los techos vegetales vienen ofreciéndose en las grandes ciudades para atenuar las inundaciones. Pero no es sólo un tema técnico.

 VERDE EN LA TERRAZA. El jardín de Grecia al 1700,   
 hecho por el arquitecto Mederico Faivre en 1982.

Ahora dicen que las techos vegetales podrían solucionar inundaciones como las tremendas que se han sufrido en estos días. Es por el tema del calentamiento global y los diluvios exprés a los que, parece, tendremos que acostumbrarnos.

Pero el arquitecto Mederico Faivre se permite dudar: “No sea cosa que todo esto de las terrazas jardín sea una moda superficial; una pequeña mentira o una verdad a medias que oculte la complejidad del problema”, me dice con la autoridad de ser dueño y autor de una de las primeras terrazas verdes de Buenos Aires y un especialista continuamente consultado en el tema. Es cierto que su terraza no es la primera con pasto arriba: existen antecedentes históricos como los balcones terraza del Edificio Kavanagh, en Plaza San Martín, o la cubierta de La Algodonera (antigua fábrica textil devenida en emporio del loft). Pero la terraza que hizo Mederico, en Grecia al 1700, es de 1982, cuando nadie se preocupaba por el calentamiento global y él cumplía con algunas premisas ambientales, un poco por vocación y otro poco por herencia familiar.

“Mi primera relación con el verde en las terrazas es materna –me dice–. Cuando era chico, ayudaba a remover tierra, plantas y macetas de la azotea de casa. Pero además, siempre me llamó la atención una foto de París, con sus mansardas destruidas después de la guerra franco-prusiana, con cajones con tierra para plantar papas”. El bisabuelo de Mederico peleó en esa contienda y perdió a dos hijos, una historia familiar que cruzó a todas las generaciones de los Faivre.

Para los expertos de último momento, los techos verdes mejoran la aislación de los edificios, reducen la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera y detienen el escurrimiento del agua de lluvia, lo que contribuye a evitar inundaciones. Es más, el Gobierno de la Ciudad planea beneficiar con una rebaja de tasas a los edificios que le pongan pasto a las azoteas. Para Mederico, las virtudes del techo vegetal son ciertas pero existen detalles de los que nadie habla: “No se pueden hacer jardines en cualquier terraza, muchas están ocupadas por instalaciones propias del edificio y, además, hay que asegurarse que aguanten el peso del agua”. Para el arquitecto, aumentar la absorción del agua de lluvia se lograría con mayor eficiencia creando más parques, recuperando el terreno absorbente en los corazones de manzana y, sorprendentemente, restituyendo los arroyos a cielo abierto.

Faivre es de los que piensan que poner tierra y plantas en el último piso de un edificio no es sólo una cuestión técnica, requiere de un cambio de actitud frente al ambiente. En 1967, recién casado, cuando todavía era estudiante de arquitectura junto a su mujer, encontraron una casa “devorada” por las plantas en la calle Vedia. Tocaron el timbre y los atendió un anciano que los invitó a conocer vivienda y terraza. Era Fermín Bereterbide, legendario arquitecto moderno, autor, entre otras cosas, del barrio Los Andes, en Chacarita, y del edificio de El Hogar Obrero, en Caballito. Aquel encuentro lo marcó y, en la primera oportunidad que tuvo, Mederico y su mujer construyeron su propia terraza verde.

“En los 80 armé una terraza de 150 metros cuadrados con una capa vegetal de 12 centímetros y una aislación doble contra el agua”, me explica. Allí estudió aplicadamente la evolución de la especies vegetales y logró tener árboles de hasta 6 metros de altura. “El regalo mayor fue cuando llegaron los pájaros”, afirma. Pequeñas lagunitas de 2 pulgadas de profundidad convirtieron el jardín de Mederico en paraíso ornitológico y las aves trajeron nuevas semillas que fueron ampliando la diversidad vegetal en su oasis urbano. “Jamás compré plantas, cultivo las que traen las aves, son imbatibles”, dice y asegura haber traído tierra de cada obra que hizo, como el campus de la Universidad de Quilmes, y hasta de Formosa. Todo para incrementar la diversidad de lo que llama su “pequeña maqueta de la naturaleza”.

“Llegué a tener conejos y hasta una cabra”, agrega, y reflexiona que tener un jardín es un ejercicio espiritual: “No salgo de casa sin contemplar por 15 minutos plantas y pájaros, es mi cable a tierra”. Pero Mederico advierte que una terraza verde no puede ser un territorio abandonado a su suerte o dejado a manos de un tercero. “Es como tener una novia linda y pedirle a un amigo que la saque a pasear”, me dice y me deja pensando cuándo fue la última vez que regué las plantitas de casa.

* Editor Adjunto de ARQ

Fuente: http://arq.clarin.com/


 

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